A 30 años del ataque, las sirenas volvieron a sonar en Pasteur como un llamado a la memoria y a la justicia

Un barrio entero en silencio, seguido de un estruendo de memoria

El jueves 18 de julio, a las 9:53 de la mañana, el barrio de Once se detuvo. Comerciantes, vecinos, colectivos y peatones hicieron una pausa mientras las sirenas de ambulancias, patrulleros y móviles de tránsito sonaban al unísono en toda la Ciudad. Fue el homenaje principal del 30º aniversario del atentado a la AMIA, que aquel día de 1994 sacudió a Buenos Aires con una explosión que dejó 85 muertos y más de 300 heridos.

En la esquina de Pasteur y Tucumán, epicentro de la tragedia, se vivió un momento cargado de emoción. Familiares, sobrevivientes, vecinos y funcionarios participaron del acto central, que coincidió con la reapertura de la estación de subte Pasteur-AMIA, ahora remodelada y rebautizada como “Estación de la Memoria”. La nueva intervención artística en el andén rinde homenaje a cada una de las víctimas y propone un recorrido reflexivo para quienes transiten ese punto todos los días.

Acciones simbólicas que mantienen viva la memoria

El acto fue parte de una agenda más amplia impulsada por el Gobierno de la Ciudad. Durante toda la semana se realizaron murales participativos, plantación de árboles en la calle Pasteur y charlas con jóvenes de escuelas porteñas, en el marco de un trabajo de memoria colectiva y educación sobre lo que fue –y sigue siendo– el atentado terrorista más grave de la historia argentina.

Una de las herramientas que se actualizó en esta fecha fue el mapa interactivo “Huellas de la Memoria BA”, que geolocaliza sitios vinculados al atentado y a otras políticas de Derechos Humanos en la ciudad. A través de esa plataforma, vecinos y visitantes pueden conocer los puntos donde se recuerdan a las víctimas y los mensajes de justicia que siguen vigentes tres décadas después.

“El sonido de las sirenas no es solo para recordar lo que pasó, sino para gritar que todavía seguimos esperando respuestas. La herida sigue abierta y la memoria es nuestra manera de no dejarla morir”, expresó una vecina entre lágrimas.

Muchos de los presentes llevaban fotos, banderas o velas. Otros simplemente se acercaron a abrazar, a compartir un mate o a dejar una flor. Porque el recuerdo de la AMIA no es solo una fecha del calendario, es una cicatriz compartida por todo el país, especialmente por quienes viven y trabajan en el barrio de Once, testigo silencioso de aquel horror.

Entre los asistentes también hubo muchos jóvenes. Algunos no habían nacido en 1994, pero llegaron convocados por las escuelas, por organizaciones de Derechos Humanos o por sus propias familias. “Nosotros no lo vivimos, pero sí lo sentimos. Es parte de lo que somos como ciudad”, dijo Lucas, un estudiante de 5° año de una secundaria de Almagro.

Treinta años después, el pedido de justicia sigue firme. Y el barrio responde como siempre: con memoria, con presencia y con esa mezcla de dolor y resistencia que solo tienen quienes no bajan los brazos. Porque, como dice la frase en la entrada de la AMIA: “Recordar es exigir justicia”.

 

Por Pablo L.