Entre leyendas, inundaciones, obras faraónicas y memoria barrial, el Maldonado sigue siendo parte del alma subterránea de Buenos Aires
Un arroyo que desapareció del mapa, pero no del recuerdo
Si caminás por Juan B. Justo en pleno Palermo, o por la Av. Gaona en Flores, tal vez no lo sepas, pero estás pisando lo que alguna vez fue un arroyo a cielo abierto. El Maldonado fue uno de los cursos de agua más importantes de la Ciudad de Buenos Aires y, aunque hoy corre por debajo del cemento, su historia sigue viva en la memoria de los barrios.
Nacía en los altos de Villa Devoto, en zonas donde hoy hay casas y plazas, y bajaba serpenteando por barrios como La Paternal, Villa Crespo y Palermo, hasta desembocar en el Río de la Plata. Fue testigo de la expansión urbana, del crecimiento industrial y de las migraciones. Y también protagonista de incontables inundaciones que quedaron grabadas en fotos y relatos familiares.
A pesar de estar entubado desde hace décadas, el Maldonado sigue corriendo bajo tierra, como una arteria invisible. En días de tormenta fuerte, vuelve a recordarnos que está ahí, cuando el agua se acumula, cuando los vecinos miran al cielo con miedo, cuando los recuerdos vuelven a flotar.
De arroyo barrial a obra de ingeniería urbana
Durante siglos, el Maldonado fue un curso natural, con vegetación, aves y hasta zonas donde se pescaba. Pero con el crecimiento urbano vino el relleno, los desechos y la canalización. En los años 30, el arroyo comenzó a ser entubado como parte de un plan para eliminar lo que se consideraba un foco de insalubridad.
El entubamiento fue una obra enorme: se construyeron conductos de hormigón, se taparon tramos con avenidas nuevas y se trasladaron familias enteras. Pero ni así se logró frenar del todo el problema de las inundaciones, especialmente en barrios como Villa Crespo, Chacarita o Palermo.
Recién en los últimos 15 años se realizaron obras más profundas, como los aliviadores del Maldonado, túneles de más de 5 kilómetros de largo construidos bajo tierra. Estas obras ayudaron a reducir los anegamientos, pero también recordaron que el Maldonado sigue vivo, aunque no lo veamos.
“El Maldonado está debajo de nuestros pies, pero también en las historias que nos contaban nuestros abuelos, en las fotos en blanco y negro donde el agua llegaba al pecho”, cuenta Jorge, vecino de Villa Santa Rita.
Un arroyo con identidad y memoria
Para muchos vecinos, el Maldonado no es solo un dato urbano. Es parte del paisaje emocional de la Ciudad. Hay calles que conservan nombres vinculados al arroyo, hay pasajes donde el agua aún se filtra, hay plazas que fueron zonas bajas donde el cauce se ensanchaba.
También hay historias de cuando los pibes se tiraban al agua, de cuando había puentes de madera improvisados, de changarines que cruzaban con carros, de inundaciones que unían a los vecinos en el barro. Esas memorias forman parte de la identidad de barrios como Floresta, Villa Luro, Paternal y Almagro.
En algunos tramos, como en la Plaza Roque Sáenz Peña (Villa Luro) o el Parque Los Andes (Chacarita), se están recuperando espacios verdes que alguna vez fueron bañados por el Maldonado. Son lugares donde la historia subterránea se mezcla con la vida barrial actual.
Entre el agua y la ciudad que cambia
Hoy, pocas personas asocian Juan B. Justo con un arroyo. El metrobús, los semáforos y los edificios modernos tapan cualquier rastro. Pero los más viejos saben que debajo de esa avenida todavía corre el mismo río que alguna vez marcó el ritmo de los barrios.
El Maldonado nos recuerda que la Ciudad tiene muchas capas. Algunas visibles. Otras enterradas. Pero todas vivas. Porque la historia de Buenos Aires también se cuenta por lo que fluye por debajo.