Un rincón de Almagro donde la pasión futbolera y el aroma a café conviven con recuerdos, camisetas y banderines de todo el mundo
Una esquina porteña que late al ritmo del fútbol
En la esquina de Guardia Vieja y Billinghurst, el barrio de Almagro guarda uno de sus tesoros más queridos: el Bar El Banderín, una joya porteña que mezcla fútbol, historia y tradición con cada pocillo de café. No es un bar más: es un templo donde los colores de los clubes se abrazan por encima de las rivalidades, donde cada banderín colgado en las paredes cuenta una historia.
Fundado en 1923 con el nombre «El Asturiano», este rincón comenzó como un almacén con despacho de bebidas. Décadas más tarde, y ya con el espíritu del barrio a flor de piel, pasó a llamarse «El Banderín», nombre que refleja su colección inigualable de más de 500 banderines de clubes de fútbol de todo el mundo, donados por hinchas, jugadores y vecinos. El cambio de nombre marcó también el comienzo de una identidad única, donde cada objeto en el salón transmite pasión barrial.
El bar fue testigo de generaciones que crecieron entre figuritas, partidos de AFA, radio a transistores y picados en la vereda. Su dueño histórico, Don Mario, fue clave en la transformación del lugar: fue él quien empezó a colgar los primeros banderines en los años ’60, tras un viaje a Europa en el que trajo recuerdos de estadios míticos.
El salón conserva su barra de madera lustrada, sus vitrinas con objetos de colección y su piso damero que cruje bajo los pasos de los parroquianos. Muchos llegan por primera vez atraídos por su fachada pintoresca, pero vuelven por su mística, por ese aire de nostalgia futbolera que flota en el ambiente.
Un café con aroma a historia y camisetas
Entrar a El Banderín es como meterse en un museo barrial donde todo está vivo: banderines del Napoli, del Barsa, del Cádiz, de clubes ignotos de Moldavia o barrios porteños. También hay camisetas de equipos de potrero, recortes de diarios, y fotos en sepia que rescatan épocas doradas. Cada objeto tiene dueño, tiene historia, tiene relato.
Además de ser uno de los bares notables reconocidos por el Gobierno porteño, El Banderín es escenario habitual de encuentros culturales, charlas futboleras, y hasta presentaciones de libros y documentales. Es un lugar donde se puede hablar del gol de Maradona a los ingleses o de una final de ascenso en cancha de Ferro con la misma emoción.
Luis Sarni, actual responsable del bar y vecino del barrio, mantiene viva la tradición. Con cuidado y orgullo, sigue sumando banderines nuevos y recuperando relatos. “Cada persona que entra tiene algo para contar. Este bar es una excusa para la memoria”, suele decir entre cafés y medialunas.
“Cada banderín es un país, una historia, una emoción. Este no es un bar temático: es un bar con alma”
En 2023, el bar celebró sus 100 años con una fiesta popular que desbordó la esquina. Hubo música en vivo, tango y milonga, hinchas de todos los clubes con sus camisetas, y hasta una colecta solidaria de alimentos. Fue una verdadera postal porteña, cargada de emoción y pertenencia.
Hoy, muchos turistas lo visitan como parte de los recorridos de “Bares Notables”, pero el alma del lugar sigue siendo local. Vecinos de Almagro, Boedo, Once y hasta Villa Crespo pasan a diario por un cafecito o una picada al paso, mientras suena Gardel, Calamaro o un gol en la radio.
En tiempos de bares gourmet y cafeterías sin alma, El Banderín resiste como un bastión de identidad porteña. Es más que un bar: es un refugio de barrio, una vitrina de memorias, una casa para los que aman el fútbol, el tango y la charla larga.
Y cuando cae la tarde, la esquina de Billinghurst y Guardia Vieja se ilumina con sus luces cálidas, como invitando a entrar. Y uno entra, claro. Porque hay lugares que no se explican: se viven, se sienten, se comparten. El Banderín es uno de ellos.