En medio del ritmo urbano, los pasajes de Chacarita resguardan casas bajas, arquitectura de época y una identidad barrial que sobrevive al tiempo

Calles cortas, memoria larga

Chacarita es mucho más que su cementerio. Entre avenidas ruidosas y diagonales veloces, se esconde un mundo de pasajes que funcionan como cápsulas de tiempo. Con adoquines, faroles antiguos y casas de una planta, estos pasajes son parte del patrimonio urbano no oficial del barrio, donde el silencio y la historia conviven sin apuro.

Son cortitos, angostos, algunos en curva y otros rectos como regla. Pero todos tienen algo en común: una arquitectura doméstica que resiste. Casas chorizo, fachadas simétricas, molduras originales y patios internos que no se ven desde la vereda. En estos pasajes todavía se escuchan saludos entre vecinos y se huele el café de media mañana.

Pasaje Fraga: armonía en ladrillo y jazmín

El pasaje Fraga nace a metros de la avenida Federico Lacroze y se extiende como una línea tranquila en medio del caos. Con sus casas de techos bajos, veredas angostas y macetas floridas, es uno de los más queridos por los vecinos. Muchos lo consideran el pasaje más pintoresco del barrio, y no es raro ver sesiones de fotos o filmaciones en sus rincones.

A pesar de su corto trayecto, conserva un aire de aldea. Hay faroles coloniales, puertas de madera, rejas trabajadas a mano y un jazmín que, dicen los vecinos, florece igual desde hace 40 años. Una joya urbana escondida entre avenidas y rieles.

Pasaje Leiva y sus vecinos de toda la vida

Leiva es otro pasaje típico de Chacarita. Aunque más largo y menos silencioso que otros, conserva esa estética barrial tan propia del barrio. Allí las casas se alinean sin pretensiones, con rejas antiguas, techos a dos aguas y paredones bajos que permiten ver adentro. Todavía hay vecinos que se conocen de toda la vida, que vieron crecer a los hijos y a los nietos entre esas paredes.

En la vereda suelen verse sillas de plástico, gatos durmiendo al sol y alguna bicicleta oxidada esperando su momento. Leiva es parte del alma del barrio, y caminarlo es como visitar un Chacarita más íntimo.

“En estos pasajes no entran colectivos ni edificios. Acá el tiempo pasa distinto”, dice Teresa, vecina de Fraga hace 35 años.

Un patrimonio que no figura en los mapas

Los pasajes de Chacarita no aparecen en los folletos turísticos ni en los rankings de redes sociales. Pero tienen un valor inmenso para quienes los habitan. Son espacios donde la arquitectura popular se mezcla con la memoria vecinal, donde cada baldosa tiene historia y cada timbre, una anécdota.

Desde pasajes más conocidos como Giribone, hasta pequeñas curvas como Iturri o Rodney al 700, todos forman parte de un tejido urbano que resiste. Que no quiere torres, ni luces LED, ni veredas sin alma. Chacarita, en sus pasajes, guarda lo mejor de sí: la calidez de lo simple, el valor de lo cotidiano, el arte de vivir en comunidad.

Por Pablo L.