Un templo con más de 90 años de presencia en el barrio, que creció junto a sus vecinos y marcó la identidad de la comunidad
De una casa humilde a la iglesia actual
Corría 1928 cuando la Parroquia de Todos los Santos y Ánimas comenzó a escribir sus primeras páginas en el barrio. Al principio no hubo torres ni campanas: funcionó un tiempo en una casa modesta, donde se reunían los fieles para rezar y organizar actividades comunitarias. Poco después, se construyó una cripta que sirvió de capilla hasta 1948, año en que se terminó el templo que hoy conocemos.
Su radio de acción abarcaba las calles Warnes, Juan B. Justo, Corrientes y Jorge Newbery. El cementerio fue siempre un punto clave en la identidad de la parroquia, y la devoción de los “Nueve Lunes” dedicada a los fieles difuntos marcó profundamente la vida religiosa de la zona.
El empuje de los primeros párrocos
Entre 1934 y 1939, el padre Enrique Lavagnino estuvo al frente de la parroquia. Con su iniciativa nació el periódico quincenal “El Buen Amigo”, que en apenas cuatro páginas lograba instalarse en la comunidad: convocaba a los feligreses, buscaba atraer nuevos fieles y motivaba a quienes se habían alejado de la fe.
Tras un breve impasse, el padre Luis J. Tomé asumió entre 1943 y 1950, manteniendo viva la actividad y sumando propuestas para que la parroquia siguiera siendo un punto de encuentro barrial. En aquellos años, la iglesia era mucho más que un lugar de misa: era el corazón social del barrio.
“El respeto es el primer paso para vivir y disfrutar de una vida plena en comunidad”
El largo servicio del padre Trusso
Después de la década del ‘50, llegó a la parroquia el padre Trusso, quien acompañó a la comunidad durante más de treinta años. Con un estilo cercano y generoso, se convirtió en un referente para vecinos y vecinas de todas las edades.
No solo celebraba misas: su mano siempre estuvo tendida para la vida comunitaria. Muchas veces, las reuniones de consorcio y encuentros vecinales se realizaron en la sala parroquial de la calle Otero, cedida por él sin pedir nada a cambio.
Un agradecimiento que quedó escrito
El Boletín del Consorcio dejó constancia de ese apoyo: “AL PADRE TRUSSO. Tenemos con su Parroquia una deuda de muchos años, cedernos a menudo los amplios ámbitos de la iglesia y estimularnos con ello a nuestra acción vecinal. ¡Nos convoca al agradecimiento eterno!”. Estas palabras resumen el vínculo entre el templo y el barrio: una relación de puertas abiertas y compromiso mutuo.
Hoy el padre Trusso está jubilado, pero su huella sigue viva en la memoria colectiva. La parroquia, ya con más de 90 años, continúa siendo un lugar donde se mezclan la fe, la historia y la vida cotidiana. Es uno de esos rincones que, aunque cambie la ciudad, conserva el espíritu de sus orígenes.
La parroquia como punto de encuentro
En cada misa, procesión o actividad solidaria, la parroquia sigue convocando a generaciones enteras. Vecinos que alguna vez fueron monaguillos hoy llevan a sus nietos, familias que se conocieron en actividades parroquiales siguen participando, y el templo continúa siendo refugio en los momentos difíciles.
La historia de Todos los Santos y Ánimas es también la historia del barrio: un espacio que se adapta a los tiempos sin perder su esencia, donde la fe se mezcla con la vida de todos los días y donde Dios, como dicen los viejos vecinos, “está en todos lados”.