De estancia privada a pulmón barrial, la transformación que dio origen a uno de los rincones más queridos de la Ciudad
Un rincón de campo en plena ciudad
A fines del siglo XIX, cuando la Ciudad de Buenos Aires todavía tenía más aroma a pasto que a cemento, un enorme predio al noroeste se conocía como El Talar de Altube, una estancia con frondosos eucaliptos, campos de pastoreo y la tranquilidad de un paisaje casi rural. Por aquel entonces, el barrio de Agronomía todavía no existía como tal: lo que había era una extensión verde que servía de respiro a una ciudad en expansión.
Con el cambio de siglo y el avance de las obras públicas, ese territorio empezó a tomar un rumbo distinto. El Estado compró una parte importante para instalar en 1904 el Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria, un proyecto pensado para formar profesionales en el manejo del campo y la ganadería. La llegada de la institución marcó un antes y un después: el predio comenzó a llenarse de estudiantes, investigadores y docentes, que trajeron vida académica a la zona.
Del parque al barrio
El Gran Parque del Oeste, como se lo conoció durante décadas, funcionaba como un enorme pulmón verde y lugar de recreo para los vecinos. Entre los árboles y senderos, la gente se acercaba a pasear, practicar deportes o simplemente descansar un rato lejos del ruido del centro. Era un punto de encuentro entre la vida barrial y la naturaleza, algo que pocos barrios porteños podían darse el lujo de tener.
Pero el paso del tiempo y las necesidades urbanas fueron moldeando la fisonomía del lugar. Calles, viviendas y comercios empezaron a crecer en los bordes, y lo que había sido un parque enorme fue cediendo espacio. Sin embargo, la identidad verde de Agronomía quedó marcada a fuego: todavía hoy, el predio de la Facultad de Agronomía y Veterinaria es un oasis para estudiantes, corredores, ciclistas y vecinos que buscan un respiro.
“Entre pastos altos y tranvías, Agronomía empezó a escribir su propia historia”
En sus primeras décadas, el barrio tuvo un crecimiento lento pero firme. Los tranvías acercaban a los porteños desde el centro y las zonas aledañas, y muchas familias se fueron asentando cerca del parque. La cercanía con Chacarita y Villa del Parque le dio un aire mixto: ni tan céntrico ni tan periférico, con la ventaja de tener amplios espacios abiertos.
Los recortes y el nacimiento de Parque Chas
Un hito importante llegó en 2005, cuando una parte de Agronomía fue oficialmente reconocida como Parque Chas, ese barrio de calles circulares que siempre despierta curiosidad. El recorte modificó los límites históricos de Agronomía, pero no cambió su esencia: siguió siendo un lugar de identidad fuerte, con vecinos que valoran la tranquilidad y la vida comunitaria.
A pesar de los cambios, las huellas del Gran Parque del Oeste siguen vivas. Basta caminar por la Avenida San Martín, la calle Zamudio o los pasajes internos para sentir que, detrás de las fachadas, todavía late la memoria de aquel paisaje rural. Los árboles centenarios, las viejas construcciones de la Facultad y el aroma a tierra húmeda después de la lluvia son parte de ese ADN barrial.
Un presente con memoria
Hoy, Agronomía combina pasado y presente: el legado del Gran Parque convive con la vida moderna. Los días de semana, estudiantes universitarios y docentes le dan movimiento a la zona; los fines de semana, familias y grupos de amigos ocupan el espacio verde para hacer picnic, jugar al fútbol o pasear al perro. La feria barrial, las actividades culturales y las propuestas de la propia Facultad mantienen viva la conexión con la comunidad.
En un momento en que las ciudades tienden a perder sus pulmones verdes, Agronomía es un recordatorio de que la planificación urbana también puede cuidar el alma de los barrios. No es solo un pedazo de tierra con árboles: es un símbolo de identidad, memoria y encuentro para generaciones enteras.
Quizás, la mejor forma de entender el valor del Gran Parque del Oeste sea sentarse un rato bajo sus eucaliptos y escuchar las historias que aún se cuentan al pasar. Entre risas de chicos, pasos de corredores y el sonido del viento, se mezclan las voces de los vecinos que vieron cómo este rincón porteño creció, cambió y se mantuvo fiel a sí mismo.