Una historia barrial de creatividad, resistencia y olvido

De un rincón ferroviario a un hogar soñado

En la esquina de la Av. Francisco Beiró y las vías del Ferrocarril Federico Lacroze, un hombre decidió en 1988 convertir un espacio en su mundo personal. Ese vecino fue Eduardo Torres, arquitecto, actor y artista plástico, que se animó a alquilar un pedazo de tierra ferroviaria y darle forma a un proyecto que parecía sacado de un cuento de barrio.

Torres levantó allí una casa singular, reconstruida íntegramente en madera y con muebles hechos de desechos ferroviarios. No era una vivienda común: con tres plantas y unos 60 metros cuadrados, la “garita” se transformó en el escenario donde se hicieron realidad los sueños de infancia de su creador.

Los vecinos recuerdan que en esa casita siempre pasaba algo. Había un taller, un espacio de encuentro y hasta un lugar para tomar algo con música en vivo. Muchos fines de semana, el pequeño sitio abría las puertas como si fuera un boliche íntimo, donde las guitarras, las charlas y los brindis marcaban el pulso de la noche barrial.

“La Garita fue un símbolo de libertad creativa y vecindad, levantada a pulmón con lo que otros descartaban.”

La radio, la cultura y la herida del abandono

En medio de esa movida, nació FM Estilo, una radio barrial que transmitía música y programas caseros a toda la zona. Era la voz de un proyecto autogestionado que mezclaba arte, comunicación y comunidad, algo que en los años ‘90 se sentía como un soplo de aire fresco en la vida cotidiana.

Pero como pasa tantas veces, el tiempo y los papeles terminaron jugando en contra. El gobierno nacional, a través del ONABE, inició un juicio de desalojo. La ilusión de aquella garita que se había transformado en casa, radio y punto de encuentro cultural empezó a desmoronarse poco a poco.

Hoy, lo que fue un espacio lleno de vida está cerrado. Las puertas están clausuradas y en su frente cuelgan carteles de publicidad. El lugar quedó atrapado entre el recuerdo de lo que supo ser y la espera de algo que nunca llegó a construirse.

Los vecinos pasan por la zona y algunos todavía se detienen a mirar. La Garita, abandonada, se convirtió en un testimonio silencioso de lo que significa animarse a soñar, aunque los tiempos y las decisiones políticas lo terminen dejando de lado.

Quizás algún día el predio vuelva a abrirse para algo que honre aquella historia. Por ahora, el sitio espera mejores tiempos detrás de las paredes de madera y los carteles que lo ocultan. Y en la memoria de los vecinos, sigue viva la imagen de esa garita que nació como una travesura creativa y terminó como una postal barrial.

La Garita de Beiró es un recordatorio de que el barrio se construye también con la imaginación de sus vecinos. No todo depende de los grandes proyectos oficiales: a veces basta un poco de madera, ganas y sueños para crear un rincón que le dé identidad a toda una comunidad.

 

Por Pablo L.