En la esquina de Juan B. Justo y Boyacá, un bar con nombre filoso fue punto de encuentro político y escenario de historias que aún recorren el barrio
Un nombre que marcaba presencia
En el cruce de Juan B. Justo y Boyacá funcionó durante décadas el Bar La Puñalada, un boliche de esos que no pasaban inadvertidos ni por su nombre ni por su clientela. Su cartel, simple y directo, invitaba a entrar a un ambiente cargado de humo, café, vino tinto y discusiones que podían durar horas.
No era un bar cualquiera: era punto fijo de reunión para grupos de distintos partidos políticos, sobre todo en las vísperas de elecciones. Allí se trazaban estrategias, se intercambiaban chismes y se tejían alianzas, en un clima donde la política barrial y nacional se cruzaban sin protocolo.
El malevo Ferreyra y el peaje del arroyo
En las anécdotas que sobreviven, siempre aparece un personaje: el malevo Ferreyra, figura temida y respetada en partes iguales. Con fama de hombre bravo, tenía su propio negocio improvisado: cobrar peaje a quienes querían cruzar el arroyo Maldonado por la zona.
En una época en la que el arroyo todavía corría a cielo abierto, no había puentes cómodos ni veredas seguras. Así, para evitar mojarse o embarrarse, algunos vecinos preferían pagarle a Ferreyra para que les facilitara el paso, ya fuera con una tabla, un bote improvisado o simplemente su ayuda para encontrar el punto más firme del cauce.
“El malevo Ferreyra te dejaba pasar… pero no de arriba”
El arroyo Maldonado como telón de fondo
El Maldonado marcaba la vida del barrio. Era una frontera natural que separaba zonas y obligaba a improvisar soluciones para cruzarlo. En épocas de lluvia se desbordaba, complicando la vida de los vecinos y de quienes venían de otros puntos a visitar la zona o hacer negocios.
A principios del siglo XX, la traza de Juan B. Justo se planificó justamente para encauzar el arroyo y abrir una avenida que conectara mejor la Ciudad. Pero antes de que llegara la obra hidráulica, el cruce en Boyacá seguía siendo un punto complicado y el Bar La Puñalada estaba en el centro de todo ese movimiento.
Un bar, muchas historias
En sus mesas se mezclaban obreros, caudillos barriales, bohemios y parroquianos de todos los días. La Puñalada no solo servía café: servía de escenario para la vida social y política de la zona. Allí se discutían elecciones, se cerraban tratos y, a veces, se resolvían viejos enojos a los gritos o con un apretón de manos.
El ambiente era intenso pero también familiar. Quien entraba por primera vez encontraba un lugar donde siempre había alguien dispuesto a charlar, contar la última novedad o recordar anécdotas de los viejos tiempos, con el arroyo y el malevo como protagonistas recurrentes.
Lo que quedó en la memoria barrial
Hoy, el Bar La Puñalada ya no está, pero su recuerdo sigue vivo en la memoria de los vecinos más antiguos. Para muchos, esa esquina no es solo un cruce de calles: es un símbolo de una época en la que el barrio tenía un ritmo distinto, con personajes únicos y costumbres que se fueron perdiendo con el tiempo.
Cada tanto, en alguna charla de café, alguien suelta una historia de Ferreyra o de las reuniones políticas que se armaban en el bar. Y así, entre recuerdos y sonrisas, La Puñalada sigue siendo parte de la identidad de esa esquina porteña.