El mayor cementerio de la Ciudad guarda la memoria de artistas, trabajadores, militantes y personajes que marcaron la identidad porteña. Un paseo por sus calles silenciosas y llenas de historias

Un barrio dentro del barrio, donde descansan miles de vidas

En el corazón de la Comuna 15, a pasos de la estación Federico Lacroze, se encuentra un lugar que guarda más historias que cualquier museo: el Cementerio de la Chacarita, el más grande de la Ciudad y uno de los más emblemáticos de América Latina. Con más de 95 hectáreas y más de un millón de personas enterradas, este espacio es mucho más que un cementerio: es un archivo vivo de la memoria popular.

Inaugurado en 1887, surgió como respuesta a la gran epidemia de fiebre amarilla que desbordó los cementerios tradicionales del sur porteño. La Ciudad necesitaba un nuevo lugar para despedir a sus muertos, y eligió un terreno entonces alejado del centro, entre pastizales y chacras.

Desde entonces, La Chacarita creció al ritmo de la ciudad y se convirtió en el destino final de miles de vecinos. Pero también, en un punto de peregrinación cargado de afecto y cultura popular. Entre sus calles arboladas descansan íconos de la música, el cine, el deporte, la política y el barrio.

Gardel, Goyeneche y tantas otras leyendas

El mausoleo más visitado es, sin duda, el de Carlos Gardel. El Zorzal Criollo descansa allí desde 1935 y su tumba está siempre cubierta de flores, fotos y promesas. Hay quienes le dejan cigarrillos encendidos, como homenaje a su figura inmortal. La gente lo visita como si fuera un familiar. Porque Gardel, para muchos, es eso.

Muy cerca está la tumba de otro gigante del tango: Roberto “el Polaco” Goyeneche. Su voz, su pinta de vecino de Saavedra, su forma de decir las letras como si fueran cuentos, siguen vivas entre los pasillos de mármol. Y entre quienes lo cruzaron en alguna milonga o en la esquina de siempre.

También descansan allí figuras como Tita Merello, Osvaldo Pugliese, Aníbal Troilo, Hugo del Carril, Pappo, Luis Sandrini, Alberto Olmedo, y cientos de actores, músicos y escritores que marcaron generaciones. El panteón de los artistas es un rincón cargado de emoción y memoria colectiva.

“Este lugar es parte de la historia del pueblo. Acá no están solo los famosos, están los que construyeron la ciudad desde abajo también”, dice Don Arturo, jubilado del barrio que recorre el cementerio cada semana.

Un paseo urbano entre esculturas, arquitectura y recuerdos

Más allá de su función funeraria, el Cementerio de la Chacarita sorprende por su valor arquitectónico y artístico. Hay bóvedas que parecen pequeñas catedrales, esculturas de mármol, vitrales, mosaicos y detalles que hablan de épocas y estilos muy diversos.

El recorrido por sus calles internas se puede hacer caminando o en bicicleta, y es frecuente ver grupos de turistas o estudiantes con cuadernos, cámaras o grabadores. También hay visitas guiadas, organizadas por historiadores o por los mismos trabajadores del lugar.

Uno de los sectores más imponentes es el Panteón de los Caídos en Malvinas, donde reposan varios soldados identificados. Allí, el silencio tiene un peso especial. Hay placas de vecinos, escudos, banderas y homenajes que emocionan hasta al más distraído.

También hay sectores especiales para colectividades, sindicatos, asociaciones culturales y cooperativas. Un reflejo de la diversidad porteña y de los lazos solidarios que se construyeron incluso más allá de la vida.

El barrio que nunca duerme del todo

Chacarita no sería lo mismo sin su cementerio. Sus vecinos lo ven como parte del paisaje, como una presencia constante que acompaña sin hacer ruido. Hay quienes lo cruzan a diario para ir al trabajo, quienes lo saludan desde el colectivo, y quienes entran simplemente a caminar y pensar.

En los últimos años, hubo esfuerzos por mejorar su mantenimiento, reforzar la seguridad, restaurar obras dañadas y abrirlo a propuestas culturales respetuosas. Porque la muerte, cuando se la trata con dignidad, también puede ser parte del aprendizaje colectivo.

El Cementerio de la Chacarita no es solo un lugar para llorar a los que se fueron. Es también un sitio para recordar, para reencontrarse, para entender quiénes fuimos y quiénes seguimos siendo. Un lugar donde cada tumba tiene una historia, y cada historia, un pedacito de ciudad.

 

 

Por Pablo L.