El barrio de Villa Crespo guarda entre sus paredes la memoria de las casas chorizo, los conventillos y una identidad obrera que resiste al paso del tiempo
Una arquitectura con sello bien porteño
Antes de las torres y los cafés modernos, Villa Crespo era un barrio de pasillos largos, patios compartidos y vecinos que se saludaban a los gritos desde el fondo. Las casas chorizo y los conventillos marcaron la identidad barrial por más de un siglo, albergando generaciones enteras que vivieron, comieron, criaron hijos y resistieron en comunidad.
Ubicado en lo que antes eran las afueras de la ciudad, el barrio creció alrededor de la fábrica Nacional de Calzado, entre 1888 y 1895. La llegada de trabajadores, en su mayoría inmigrantes, impulsó la construcción de viviendas colectivas que dieran lugar a familias numerosas con pocos recursos, pero con muchas ganas de progresar.
Las casas chorizo: una tradición de patio y galería
El modelo de casa chorizo se impuso por su practicidad y economía. Se trataba de una vivienda lineal, con ambientes consecutivos (como eslabones de una salchicha) conectados por un pasillo lateral y un patio al fondo. Su estructura permitía ampliaciones a medida que la familia crecía, y siempre había lugar para una parra, una silla de hierro y el mate con los vecinos.
En Villa Crespo, muchas de estas casas aún se conservan, especialmente en calles como Camargo, Gurruchaga o Padilla. Algunas han sido refaccionadas, otras siguen como siempre, con su revoque antiguo, sus ventanas altas y la típica reja de hierro.
Los conventillos: vida compartida en tiempos difíciles
Más precarios, pero igual de icónicos, los conventillos fueron el refugio de miles de familias obreras e inmigrantes. Se trataba de grandes casonas divididas en piezas pequeñas, donde se compartía el baño, la cocina y hasta el comedor. No había privacidad, pero sí comunidad. Cada patio era un mundo en sí mismo, lleno de pibes corriendo, ropa colgada y música de fondo.
En Villa Crespo existieron conventillos legendarios como el “Palacio de los pobres” o el “Caserón de Warnes”, que albergaban hasta 15 o 20 familias. Muchos de ellos desaparecieron en los 70 y 80 con las políticas de erradicación, pero otros se transformaron en cooperativas o viviendas populares.
“Mi abuela nació en un conventillo de Gurruchaga. Me contaba que en verano todos dormían con la puerta abierta y que nadie se robaba nada”, recuerda Nora, vecina del barrio.
Una herencia que todavía late en el barrio
Hoy, la arquitectura tradicional de Villa Crespo convive con edificios modernos, tiendas de diseño y locales gastronómicos. Pero en las fachadas antiguas, en los patios silenciosos, en los pasillos con eco, sobrevive esa forma de vivir que fue solidaria, ruidosa y profundamente barrial.
Las casas chorizo y los conventillos no son solo construcciones del pasado: son la memoria viva de un barrio que se hizo a pulmón, ladrillo por ladrillo, y donde todavía se puede escuchar la voz de la historia en cada rincón.