De las calles de Flores al Vaticano: la historia de un vecino que llegó a ser el Papa Francisco

Infancia y raíces porteñas

Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, en una familia humilde de inmigrantes italianos. Su infancia transcurrió entre veredas anchas, juegos en la calle y la calidez de un hogar sencillo. Desde chico respiró el espíritu comunitario porteño, con vecinos que se conocían por su nombre y familias que se acompañaban en las buenas y en las malas.

Fue bautizado en la Basílica de María Auxiliadora y San Carlos, y su Primera Comunión la recibió en la Iglesia Nuestra Señora de la Misericordia, donde también pasó por el jardín de infantes. Cursó la primaria en la Escuela Nº 8 “Cnel. Ing. Pedro Antonio Cerviño” y la terminó en Ramos Mejía. En 1955 se graduó como técnico químico en la E.N.E.T. Nº 27 “Hipólito Yrigoyen”, en Monte Castro.

Un llamado inesperado

De joven trabajó en un laboratorio de análisis industriales en la calle Azcuénaga, en Recoleta. Pero a los 17 años, un hecho marcó el rumbo de su vida para siempre. Mientras se confesaba en la Basílica de San José de Flores, vivió una experiencia espiritual tan intensa que decidió consagrar su vida a Dios. Ese momento quedó grabado en su memoria como una iluminación interior que le mostró su vocación sacerdotal.

Décadas después, en 2016, se colocó en ese mismo confesionario una placa conmemorativa y una lámpara que se enciende al acercarse un visitante. Es un símbolo tangible de aquel instante íntimo que cambió su destino.

“En ese confesionario, el Señor me estaba esperando”

Camino al sacerdocio

A los 21 años ingresó al Seminario de Villa Devoto, influenciado por los jesuitas que guiaban la formación. En 1958 se unió formalmente a la Compañía de Jesús. Pasó su noviciado y estudió humanidades en Chile, para luego licenciarse en Filosofía y Teología en el Colegio Máximo “San José” de San Miguel. Allí también fue docente de literatura y psicología, dejando huella en generaciones de estudiantes.

En 1969 fue ordenado sacerdote y en 1973 hizo su profesión solemne como jesuita. Fue rector del Colegio Máximo y más tarde estudió en Alemania. También ejerció como director espiritual en Córdoba, etapa en la que profundizó su perfil pastoral cercano y su capacidad de escucha.

Obispo y pastor de Buenos Aires

En 1992, Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de Buenos Aires. Pronto asumió responsabilidades mayores: vicario episcopal de Flores, vicario general de la arquidiócesis y luego arzobispo. En 1998 fue designado arzobispo y primado de la Argentina, y en 2001 recibió el título de cardenal con el título de San Roberto Belarmino.

Su gestión pastoral estuvo marcada por la austeridad: viajaba en colectivo o subte, preparaba él mismo sus comidas, visitaba villas de emergencia, cárceles y hospitales. Fue una presencia constante en momentos difíciles como la tragedia de Cromañón o en misas públicas contra la trata de personas y las adicciones.

Una Iglesia de puertas abiertas

En 2009 creó la Vicaría para la Pastoral en Villas de Emergencia, reafirmando su compromiso con una Iglesia pobre y para los pobres. Fomentó el diálogo interreligioso con comunidades judías, musulmanas y cristianas de otras denominaciones, siempre buscando tender puentes en lugar de levantar muros.

Entre 2005 y 2011 presidió la Conferencia Episcopal Argentina, desde donde promovió una pastoral cercana a las familias y a los sectores más vulnerables.

Del cónclave al mundo

En 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, Bergoglio fue elegido Papa en el cónclave del 13 de marzo. Eligió el nombre Francisco en honor a San Francisco de Asís, símbolo de humildad, sencillez y amor por los más desfavorecidos. Fue el primer Papa latinoamericano y jesuita en la historia de la Iglesia.

Desde entonces, su pontificado ha estado marcado por la defensa de la dignidad humana, la lucha contra la pobreza, la protección del ambiente y la promoción de la paz. Su estilo cercano y llano sigue reflejando al vecino de Flores que nunca olvidó sus raíces.

El Papa de Buenos Aires

A pesar de vivir en Roma, Francisco mantiene vivo su vínculo con la Ciudad. Recuerda con afecto los partidos de San Lorenzo, las calles de su infancia y los sabores porteños que marcaron su niñez. Para muchos vecinos, sigue siendo “el padre Jorge”, aquel cura que viajaba en subte y escuchaba sin apuro las preocupaciones de la gente.

Su historia es un recordatorio de que, incluso desde los rincones más sencillos de Buenos Aires, se puede llegar a influir en el mundo entero con fe, compromiso y humildad.

Por Pablo L.