Un rincón de Villa Crespo que rinde homenaje al poeta del arrabal y a la tradición cultural porteña

Un espacio con nombre propio

En el corazón de Villa Crespo, sobre un cruce donde el ritmo barrial se mezcla con la calma de las calles arboladas, la Plazoleta Carlos de la Púa invita a hacer una pausa. Su nombre es un homenaje a Carlos de la Púa, seudónimo de Carlos Raúl Muñoz y Pérez, periodista y escritor de tangos y lunfardo, autor del recordado libro “La crencha engrasada”.

Este pequeño espacio verde no es solo un punto de descanso: es un rincón cargado de historia y simbolismo. Lleva el nombre de un hombre que supo retratar como pocos la vida del arrabal porteño, con sus personajes, su lenguaje y sus códigos. Al caminar por allí, uno siente que cada banco y cada árbol custodian un pedazo de la memoria popular.

“Carlos de la Púa supo poner en palabras el alma del arrabal y la voz de los que rara vez llegaban a los libros.”

Un punto de encuentro cultural

La plazoleta se ha transformado con los años en un espacio que mezcla el verde con la cultura. Vecinos, estudiantes, lectores y curiosos se sientan en sus bancos para hojear un libro, escuchar música o simplemente charlar. Su atmósfera tranquila, a pasos del bullicio de las avenidas, la convierte en un refugio para quienes buscan un respiro en medio del barrio.

En varias oportunidades, allí se realizaron actividades culturales impulsadas por bibliotecas populares, centros culturales y asociaciones barriales. Lecturas de poesía, homenajes a escritores y encuentros de tango han formado parte de su agenda, manteniendo vivo el espíritu de su nombre.

El legado de Carlos de la Púa

Carlos de la Púa fue un personaje singular de la literatura porteña. Su estilo era directo, irónico y cargado de lunfardo. Retrató como pocos la vida de los barrios humildes y el mundo del tango. Su libro “La crencha engrasada” es considerado un clásico del género arrabalero, una obra que combina crónicas, poemas y relatos con sabor a esquina porteña.

Su mirada estaba puesta en los tipos que poblaban los cafés, las canchas y las calles de tierra: el compadrito, el malevo, la percanta. Personajes que quizás nunca hubieran aparecido en un libro si no hubiera sido por su pluma. De la Púa los convirtió en protagonistas de una Buenos Aires que ya no existe, pero que sigue viva en el imaginario colectivo.

Memoria barrial que perdura

Nombrar una plazoleta en su honor es un acto de memoria y reconocimiento cultural. Es un guiño para los vecinos mayores que crecieron escuchando tangos con letras lunfardas, y una invitación para que las nuevas generaciones descubran ese universo poético.

Además, la plazoleta tiene un valor comunitario: es un punto de encuentro, un lugar donde la lectura y la charla surgen de manera natural. Los murales y placas que recuerdan a De la Púa refuerzan ese vínculo entre la palabra escrita y la identidad barrial.

Un rincón para detenerse

Quien camine por Villa Crespo y pase por esta plazoleta, quizás no sepa de inmediato quién fue Carlos de la Púa. Pero basta con leer la placa, buscar su nombre en el celular o preguntar a algún vecino, para descubrir a un escritor que dejó huella en la historia cultural de Buenos Aires.

Así, la Plazoleta Carlos de la Púa sigue cumpliendo un doble rol: ofrecer un espacio verde para el disfrute cotidiano y mantener viva la memoria de un poeta del arrabal. Un recordatorio de que la cultura también vive en las esquinas, los bancos y los árboles de nuestros barrios.

Por Pablo L.