El Parque de la Memoria y Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado es un lugar de homenaje y reflexión. Su respetuoso silencio está destinado a homenajear a las víctimas del terrorismo de Estado en la Ciudad. Son 14 hectáreas junto al Río de la Plata donde se conjuga arte, respeto, educación y, fundamentalmente, memoria. La idea nació a partir de las inquietudes de distintos organismos de derechos humanos, a fines de 1997. Fue una iniciativa puntual para homenajear a los desaparecidos del Colegio Nacional Buenos Aires.
«La Ciudad cuenta con unos de los espacios públicos más significativos para la memoria colectiva, por ser un sitio emblemático que propicia la reflexión, la reelaboración del dolor y de las marcas y heridas provocadas por un pasado oscuro y violento de nuestra historia», afirma Pamela Malewicz, Subsecretaria de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
El Monumento comienza con las represiones que sufrieron los levantamientos populares de distintas ciudades del país en 1969 (como el “Cordobazo” o el “Rosariazo”) e incluye diversos acontecimientos represivos que ocurrieron en los años previos al inicio de la última dictadura militar. Está compuesto por cuatro estelas de hormigón que contienen treinta mil placas de pórfido patagónico. Los nombres se encuentran ubicados cronológicamente, por año de desaparición y/o asesinato, y por orden alfabético; además, se indica la edad de las víctimas y se señalan los casos de mujeres embarazadas. En ese recorrido aparecen historias que marcan profundamente. Como esos ochos nombres de 1969, entre los 15 y los 49 años, a quienes oficialmente se podría definir como los primeros desaparecidos del país. O incluso los últimos doce, de 1983, ya casi en tiempos de Democracia.
«Cuando se originó la idea de llevar a cabo el Monumento, uno de los requisitos que pedían los organismos es que estuviera ubicado en las cercanías del Río de la Plata, principalmente por los vuelos de la muerte. Es una de las grandes diferencias de este sitio de memoria que no funciona donde funcionó un centro clandestino de detención», dice Tomás Tercero, de Relaciones Institucionales del Parque.
Historias hay miles. Emotivas y sorprendentes. Esa madre o abuela que cumplió el deseo de arrojar al río las cenizas de su ser querido, de espaldas a la obra »Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez», que habita aguas adentro. También aparecen curiosidades en ese listado de nombres que artesanalmente se cuidan como oro. Va una, apenas: en la ruta de tiempo, casi al terminar 1978, se lee entre los desaparecidos a Olga Videla, que tranquilamente podría pasar inadvertido, pese a que lleva el nombre y el apellido de la madre de Jorge Rafael Videla. ¿La relación entre ambos? Nula.
La obra fue diseñada como un corte, una herida abierta en una colina de césped despojada de cualquier otro elemento. La intervención paisajística y el trazado recrean, por una parte, el esfuerzo necesario para la construcción de una sociedad más justa y, por otra, la herida causada por la violencia ejercida por el Estado.
La última escultura fue inaugurada por la Subsecretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural en junio del año pasado y su nombre es “Huaca”. Así se denomina en las culturas andinas al lugar donde se realiza el intercambio simbólico entre la vida y la muerte. “Es una especie de espacio sagrado” cuenta la Coordinadora Artística del Parque de la Memoria, Florencia Battiti y explica que “es bastante particular porque no es una escultura vertical, no tiene la monumentalidad, es una escultura plana”.
Las 10 esculturas:
1) RECONSTRUCCION DEL RETRTO DE PABLO MIGUEZ de Claudia Fontes.
2) VICTORIA de William Tucker. 3) MONUMENTO AL ESCAPE de Dennis Oppenheim.
4) TORRES DE LA MEMORIA de Norberto Gómez.
5) PENSAR ES UN HECHO REVOLUCIONARIO de Marie Orensanz.
6) 30.000 de Nicolás Guagnini.
7) A LOS DERECHOS HUMANOS de León Ferrari.
8) SIN TITULO de Roberto Aizenberg.
9) CARTELES DE LA MEMORIA de Grupo de Arte Callejero.
10) HUACA de Germán Botero.