Entre promesas, obras inconclusas y esperas que se alargan, los vecinos del noroeste siguen soñando con la llegada del subte a sus barrios

Un rincón de la ciudad que siempre queda “para más adelante”

Para quienes viven en barrios como Villa del Parque, Agronomía, Villa Pueyrredón, Parque Chas o Villa Urquiza, la historia del subte es más una promesa que una realidad concreta. A diferencia del centro porteño y otras zonas más conectadas, el noroeste siempre quedó rezagado en materia de transporte subterráneo.

El trazado de la red actual refleja una lógica que se gestó a principios del siglo XX, cuando la mayoría de las líneas se planificaron para unir puntos clave del centro con zonas comerciales o industriales, dejando de lado muchos barrios residenciales que apenas comenzaban a crecer.

Mientras la línea A se inauguraba en 1913 entre Plaza de Mayo y Plaza Miserere, en la zona noroeste todavía se viajaba en tranvía o en tren, con esperas eternas y pocas comodidades. La extensión de esas primeras líneas hacia esta parte de la ciudad tardaría casi un siglo en llegar… y aún hoy sigue incompleta.

La historia de la Línea B: una llegada parcial a Villa Urquiza

Durante décadas, la Línea B terminaba en Los Incas, una estación que, si bien acercaba el subte a barrios como Parque Chas y Agronomía, dejaba todavía una buena caminata para quienes vivían más al oeste.

Fue recién en 2013 cuando se inauguraron las estaciones Echeverría y Juan Manuel de Rosas, ampliando la Línea B hasta el corazón de Villa Urquiza. Esa extensión, aunque celebrada por los vecinos, también vino con reclamos por falta de conexiones con otras líneas y por la demora en habilitar los servicios completos.

Muchos vecinos recuerdan las promesas de ampliar aún más la línea, conectando con Villa Pueyrredón o incluso con la estación de tren del ramal Mitre. Pero esas obras, por ahora, siguen en carpeta.

“Siempre nos prometen que el subte va a llegar hasta acá. Pero pasan los años y seguimos con el tren, los bondis llenos o caminando veinte cuadras hasta la B”, cuenta Alicia, vecina de Agronomía.

El proyecto de la Línea G: una ilusión que nunca arrancó

Uno de los planes más ambiciosos para mejorar la conexión del noroeste fue la proyectada Línea G, que iba a unir Retiro con Villa del Parque atravesando barrios como Palermo, Chacarita y La Paternal.

La Ley 670, sancionada en 2001, establecía su trazado y definía que debía construirse junto con otras dos líneas nuevas. Pero, como tantas veces en Buenos Aires, el proyecto quedó en los papeles y jamás se concretó una sola estación.

Vecinos, comuneros y organizaciones barriales han reclamado durante años la activación de esa línea, que daría un respiro enorme al tránsito en barrios hoy colapsados por colectivos y autos particulares.

Incluso hubo propuestas para usar tecnología tuneladora que permitiría avanzar con menor impacto urbano, pero la falta de financiamiento y de decisión política terminó postergando indefinidamente la obra.

El tren, los colectivos y la espera eterna

Mientras tanto, los vecinos de la zona noroeste se siguen moviendo como pueden. El tren San Martín, el Urquiza y las líneas de colectivo como la 110, la 87, la 112 o la 123 siguen siendo la única opción para miles de personas que trabajan o estudian en el centro.

La falta de alternativas subterráneas genera desigualdad territorial. Barrios más alejados del centro deben invertir más tiempo y dinero en cada viaje. Una hora y media diaria de ida, otra de vuelta: ese es el costo real de no tener subte.

Y aunque en cada campaña electoral se reflotan los anuncios de ampliación, la sensación general es que el subte no es una prioridad para los gobiernos porteños cuando se trata del noroeste.

En los últimos años hubo algunas mejoras en paradas de colectivo, integración con el sistema Sube, y modernización de estaciones de tren, pero el túnel del subte sigue sin asomar por estas tierras.

La historia del subte en la zona noroeste no es solo un repaso de obras y planos no ejecutados. Es también una muestra de cómo la infraestructura urbana puede marcar diferencias en la calidad de vida según dónde uno viva. Y de cómo la lucha vecinal por una Ciudad más integrada sigue vigente en cada esquina.

 

 

Por Pablo L.