Un rincón barrial que preserva la historia de una familia y de un oficio que marcó el sonido del tango y la música popular argentina

Un museo nacido del corazón

En el corazón de Villa Ortúzar, sobre la calle Roseti, funciona el Museo Anconetani del Acordeón, un espacio único en Buenos Aires que nació del amor por la música, la memoria y la tradición familiar. Allí, en la misma casa-taller donde la familia Anconetani vivió y trabajó por décadas, se conserva el legado de una dinastía de luthiers que construyó acordeones durante gran parte del siglo XX y dejó una huella profunda en la cultura popular argentina.

Este museo no es un espacio frío ni distante: es una casa viva. Al entrar, los visitantes pueden sentir el perfume de la madera, escuchar historias contadas en primera persona y recorrer vitrinas llenas de piezas originales que alguna vez hicieron sonar el tango, el chamamé, la polka y tantos otros géneros que marcaron la identidad musical del país.

El origen de una historia familiar

Todo comenzó con don Francisco Anconetani, inmigrante italiano que llegó a la Argentina a principios del siglo XX. Como muchos compatriotas, trajo en su valija el oficio y la pasión por los instrumentos musicales. Pronto fundó un pequeño taller donde reparaba y fabricaba acordeones, trabajo que continuó y perfeccionó su hijo, Miguel Ángel Anconetani, figura central en la historia del museo.

En el taller de Villa Ortúzar, la familia elaboraba acordeones completamente a mano, cuidando cada detalle. Eran instrumentos pensados para durar toda la vida, y muchos de ellos aún siguen sonando en manos de músicos y coleccionistas.

“Un acordeón no es solo un instrumento: es una voz que cuenta historias”

El taller, el barrio y el tango

Villa Ortúzar, con sus calles tranquilas y su vida barrial intensa, fue el escenario donde la familia Anconetani desarrolló su oficio. En la casa-taller de Roseti se mezclaban los sonidos del barrio con el fuelle de los acordeones. No era raro ver entrar a músicos para ajustar un instrumento o probar uno nuevo, y quedarse charlando largo rato con un café de por medio.

El tango, por supuesto, fue un gran protagonista de esta historia. Si bien el bandoneón es el símbolo del género, el acordeón tuvo un papel importante en orquestas, conjuntos típicos y milongas barriales. Los Anconetani trabajaron para músicos que recorrían el país y también para orquestas de renombre que buscaban un sonido particular para sus arreglos.

Del taller al museo

Tras el fallecimiento de Miguel Ángel, su familia decidió convertir la casa-taller en un museo vivo. No fue un proyecto improvisado: la idea era preservar la memoria de un oficio artesanal que, en tiempos de producción industrial y globalizada, estaba en riesgo de desaparecer. Así nació el Museo Anconetani del Acordeón, un lugar que combina historia, música y cultura barrial.

Hoy, el museo funciona como espacio cultural autogestivo. Sus actividades incluyen visitas guiadas, charlas, muestras temáticas y conciertos íntimos en los que el acordeón vuelve a sonar en el mismo lugar donde fue creado.

Un recorrido lleno de historias

Quien recorre el museo se encuentra con decenas de acordeones de distintas épocas, herramientas originales del taller, fotografías familiares y partituras que acompañaron la vida de los Anconetani. Hay instrumentos que viajaron por el país en caravanas artísticas, otros que fueron reparados mil veces y algunos que pertenecieron a músicos populares muy queridos.

Pero el recorrido no es solo visual: en cada visita hay relatos que rescatan anécdotas de barrio, historias de músicos, secretos de construcción y hasta curiosidades sobre los materiales utilizados. Es imposible no emocionarse al escuchar cómo un oficio artesanal se convirtió en una forma de vida y en un aporte cultural invaluable.

Un aporte a la cultura porteña

El Museo Anconetani del Acordeón es también un testimonio del trabajo artesanal en Buenos Aires. Su existencia recuerda que la música popular se nutre tanto de la creatividad de los intérpretes como de la labor paciente de quienes crean los instrumentos. En un tiempo donde casi todo se fabrica en serie, este museo reivindica el valor del trabajo hecho a mano.

El espacio forma parte de la identidad cultural de Villa Ortúzar y de la Comuna 15, y es un lugar de referencia para investigadores, músicos y amantes de la historia porteña. Su valor va más allá de lo musical: es también un símbolo de resistencia cultural y de amor por el oficio.

Visitarlo es vivirlo

El museo abre sus puertas a quienes quieran descubrir esta historia de primera mano. Las visitas son guiadas por miembros de la familia y voluntarios que transmiten el espíritu de la casa y la pasión que hay detrás de cada acordeón. Más que una visita, es una experiencia íntima donde se mezclan el arte, la memoria y la calidez barrial.

En cada rincón hay una historia que merece ser contada y escuchada. Y al salir, uno se lleva la sensación de que el sonido del acordeón seguirá acompañándolo, como un eco de Villa Ortúzar que se niega a apagarse.

Por Pablo L.