De los coches 58 y 59 al 61 y 62: una historia circular que unió Constitución, Once, Retiro y barrios enteros por más de medio siglo
Un apodo con guiño y una foto de 1905
Para llamar la atención vale un título picante: “tranvías redondos” fue la forma barrial de decir líneas circulares. La idea era simple y genial: salir y volver al mismo punto, haciendo una rosca prolija por buena parte de la ciudad. Una foto de c. 1905 lo inmortaliza: un coche del Metropolitano posando en el patio de la estación Constitución, con tablilla que anunciaba la combinación con los T.E.B.A. rumbo a Chacarita.
Lo de “redondos” no es chiste: cada recorrido cerraba el círculo y siempre había dos líneas gemelas en sentidos opuestos. Si no, imaginate tener que bancarte toda la vuelta para regresar: imposible para el pasajero apurado que ya en esa época corría de laburo en laburo.
Las tres parejas que hicieron escuela
En la cancha hubo tres duplas que jugaron este esquema: 58–59, 94–95 y 26–44. De todas, la más redondita fue la primera, la del 58 y 59, con un trazado tan claro que, atendido por otros medios, todavía respira en la traza actual. Por eso acá nos clavamos de lleno en esa pareja estelar.
El origen fue la “Compañía del Tramway Metropolitano”, una rara avis entre tantas inglesas, porque aportaba capital y tecnología alemanes. No era solo transporte: el mismo grupo jugaba en la liga eléctrica, con usinas y equipamientos A.E.G., cuando la modernidad brillaba a carbones y cobre.
La estación Constitución del Metropolitano
La base estaba en la manzana de Alberti, Pavón, Matheu y Constitución, con entradas, boleterías y salas de espera dando a la calle Constitución. No confundir: hablamos de la estación del tranvía, no la del ferrocarril. Si te das una vuelta hoy, todavía se adivina la silueta de aquel predio que fue corazón de la empresa.
Como tantos, el Metropolitano arrancó a sangre y se electrificó al filo del siglo XX. El 26 de julio de 1904 inauguró la línea Constitución–Recoleta, y el 5 de diciembre metió otra que, además de Recoleta y Balvanera, mordía Retiro y el Bajo, subiendo por Chile para cerrar el lazo. El 23 de febrero de 1905 apareció la compañera en sentido contrario y el 13 de marzo sumaron una cuarta entre Once y el Bajo de San Telmo.
Así nació la dupla 58–59
Al principio, se identificaban por tableros; el 6 de agosto de 1906 llegaron los números: 56, 58, 59 y 57. Nuestra pareja quedó bautizada como 58 y 59. El 58 salía de la estación del Metropolitano y pasaba por Pichincha, Andes, Córdoba, Juncal, Junín, Las Heras, Callao, el Paseo de Julio, Paseo Colón, Chile y Entre Ríos hasta volver a Alberti. Una alfombra de adoquín para recorrer medio mapa.
El 59, espejo del otro, arrancaba también en la estación y encaraba por Constitución, Lima, Cochabamba, Paseo Colón, Paseo de Julio, Montevideo, Guido, Junín, Las Heras, Azcuénaga, San Luis, Larrea y Alberti. Dos brazos de un mismo abrazo urbano, uno a favor, otro en contra, para que el vecino elija por dónde volver sin volverse loco.
“El 58 giraba como las agujas del reloj; el 59, al revés: dos mitades de una misma vuelta completa a la ciudad.”
Combinación con T.E.B.A. y el pacto de Pueyrredón y Córdoba
Hubo viveza criolla y acuerdo empresario: con la Cía. de Tramways Eléctricos de Buenos Aires cerraron combinación. En Pueyrredón y Córdoba se hacía el pase, y el pasajero seguía hasta la Chacarita con un trámite sencillo. La ciudad empezaba a tejer sus redes como quien cruza patios de barrio.
En 1909 llegó la gran movida: la fusión a la “Cie. des Tramways de la Cité de Buenos Ayres”, la belga con el Anglo como peso pesado. Desde el 1° de agosto de ese año, los recorridos quedaron más redondos todavía, con la dupla uniendo Constitución, Once y Retiro como si fueran cuentas del mismo rosario.
El óvalo perfecto de la planta urbana
El nuevo 58 hacía Plaza Constitución–Brasil–Lima–Garay–Jujuy–Once–Pueyrredón–Paseo de Julio/Libertador–Retiro–Leandro N. Alem–Paseo Colón–Garay–Lima–Brasil–Plaza Constitución. El 59 lo espejaba por Brasil, Paseo Colón, Paseo de Julio, Retiro, Libertador, Pueyrredón, Once, Rivadavia, Catamarca, Cochabamba, Alberti y Constitución. Un óvalo elegante que seguía el pulso de la zona más poblada.
La ventaja era obvia: conectaban en ambos sentidos las tres grandes terminales ferroviarias, asegurando flujo constante y buena caja. El que iba de ferrocarril a tranvía y de tranvía a ferrocarril, lo hacía sin perder tiempo ni paciencia, con la ciudad girando al compás del timbre y la linga.
La gran curiosidad del cambio de mano
El 10 de junio de 1945 la Ciudad cambió de mano, de izquierda a derecha, pero el 58 y el 59 siguieron cada uno por su vía, sin darse vuelta. Con pequeñas adaptaciones, mantuvieron su sentido: 58 horario, 59 antihorario. Un matrimonio de hierro que respetó la coreografía de toda la vida.
Para 1949 metieron servicio nocturno y, desde el 15 de octubre, ajustaron los recorridos finales sin romper la lógica circular. El 58 agregó Figueroa Alcorta y Libertador; el 59 hilvanó Defensa, San Juan y un zigzag prolijo por el microcentro, Retiro y Once. Noche y día, la ronda seguía firme.
Adiós a los tranvías, hola trolebuses y colectivos
El 20 de enero de 1953 bajaron la palanca: los 58 y 59 dejaron de circular justo cuando asomaban sus “nietos”. Primero, los trolebuses 311 y 312 tomaron la posta hasta el 1° de marzo de 1966; después, entraron a jugar los colectivos 61 y 62, que hoy siguen la huella con respeto de familia.
La empresa que los explota, Plaza, adoptó como emblema el diseño de la ruta circular y la pinta en sus coches. No es casualidad: es la herencia de una rotonda histórica que enseñó a la ciudad a conectarse en espiral, a su modo porteño, con paciencia de vías y campanilla.
Un capítulo técnico con alma barrial
Sí, hubo diagramas, fusiones y políticas empresarias, pero detrás de eso siempre estuvo el vecino que subía y bajaba con su rutina. El 58 y el 59 no eran un misterio: eran el “me doy una vuelta” más literal del mapa, el que te llevaba del Abasto al Bajo, de Once a Retiro y vuelta a Constitución sin perder el ritmo.
Por eso los “tranvías redondos” nos quedan pegados a la lengua y a la memoria. Porque cuentan una manera de movernos y encontrarnos en la ciudad, una forma de unir barrios con barrios y estaciones con estaciones, haciendo que la vida cotidiana fuese un viaje en ronda, de esos que empiezan y terminan en la misma esquina.
Hoy, cuando el 61 o el 62 frenan en la parada y abren puertas, todavía suena el eco de aquellos 58 y 59 dando la vuelta completa. No es nostalgia vacía: es un hilo que no se cortó, una tradición de servicio que siguió viva a pesar de los cambios de mano, de empresa y de época.
En definitiva, los circulares del Metropolitano fueron una gran idea bien hecha: simple, funcional y muy porteña. Detrás de cada número hay calles, plazas, estaciones y, sobre todo, gente. Y esa gente fue la que, con su boleto y su tiempo, dibujó el círculo perfecto sobre el mapa de Buenos Aires.