No fue en el San Martín. Ni en los sótanos del off. Donde sintió el efecto «trompada» del espectador fue en la cárcel. Desde hace años recorre establecimientos penitenciarios llevando su teatro a los encerrados. Durante la hora que dura la función, nadie recuerda su «jaula». De Sierra Chica a San Nicolás. Próximamente, Batán. Alejandro Fiore recorre penales llevando a los presos un poquito de eso que aprendió con la actuación: la libertad.
-¿Cómo fue la primera vez que actuaste en una cárcel?
-Hace unos diez años, en Campana. Junto a Mónica Salvador, llevamos por el país una obra sobre la violencia de género, La última vez. El primer día me regalaron una Virgen de Luján hecha por ellos. Es un mundo que no te imaginás, pero tampoco es el mundo que te muestran en la tele. Es fuerte. Pero es cierto también que los presos que ven teatro son seleccionados por conducta. Por ahí te dan un papelito en el que te piden: «Llamá a mi vieja». Cuando hice Tumberos vivimos cuatro meses en la cárcel de Caseros.
-¿Qué tan diferente es la cárcel de aquella recreación de «Tumberos» o de «El Marginal»?
-No ves ranchadas, no ves presos hablando por celular. No vi la violencia que se narra en la tele, ni los líderes que manejan a los guardiacárceles. Si existe el manejo es sutil.
-¿En escena lográs abstraerte, olvidarte de que no estás en un teatro?
-Me abstraigo. Impresiona cuando entrás. Pero no es miedo, siento una cuestión energética. El otro día se acercó uno y me dijo: «Estoy feliz, me quedan cuatro nomás». Le pregunté: “¿Días o meses?». Y me respondió: «Años, capo”. Cuatro años es la vida, la medida del tiempo ahí es distinta.
-Si ponés tu semilla en la cárcel, algo de esperanza hay en vos de que el que está adentro puede cambiar…
-Yo no justifico a nadie. Algunos sabés que no vuelven más, pero otros sí. Yo trabajo mucho en barrios carenciados. Con la obra sobre la violencia de género muchas mujeres pudieron darse cuenta que la violencia no debe naturalizarse y salieron de esos lugares. El año pasado pasamos por todos los sindicatos. Eso sí: nunca quisimos politizar la obra. Porque enseguida te dicen: «Tomá esta remera de violencia cero, pero abajo te ponen el logo de los partidos políticos». Terminantemente, no.
Fiore se mueve por la ciudad atajando los recuerdos de los memoriosos televisivos que lo llaman al grito de “Rodríguez” o “Pablo Lamponne”. Para algunas cortezas cerebrales quedó tatuado por Poliladron. Para otros, por Los simuladores. Amalgama de ambos, nació en Belgrano, primogénito, hijo de uruguayos, diseñador gráfico, dos hijos. El 5 de julio cumplirá 50. Treinta los vivió actuando.
En 1989, en su debut teatral, ganó el premio Coca-Cola a mejor actor por La ilusión del orgasmo, de Bukowski. Competían más de 100 candidatos. Por entonces atendía el almacén familiar (Los botijas) y estudiaba con Lito Cruz, exigente profesor que lo mandó al fonoaudiólogo. Siguió las instrucciones y tomó clases también con Alberto Ure, Beatriz Matar, Raúl Serrano y Carlos Gandolfo. «No sé si aprendí bien o mal. Pero juro que gasté suelas a lo loco».
Era protagonista de El enemigo de la clase, en el Bauen, junto a Diego Peretti y a Federico D’Elía, cuando Adrián Suar presenció una función y lo convocó para una “locura”. Meses antes, «El Chueco» había sufrido un incidente vial, terminó en una comisaría de Ciudadela, y entre denuncia y denuncia, se inspiró para Poliladron. Setenta mil dólares prestados, un piloto, un peregrinaje por los canales. Para abaratar costos, Fiore se prestaba a llevar a sus compañeros hasta el set, a bordo de su Torino 1978. A mitad del ciclo, con el éxito del unitario, compró un Renault 19.
«Me interesa más comer un asado en la Villa 31 que ser careta y jugar a ser actor. Cuando no grababa seguía atendiendo el almacén», se ríe. «Me rodeo de gente igual. Hubo una época en que me preocupaba más que actuar manejar el bar «Los sospechosos», que teníamos con Martín Seefeld, Diego Peretti y Fede D’Elía. O el restaurante «No se lo digas a nadie», que era de Andrea Pietra y mío. Yo sé que no voy a dejar de actuar, podría alquilar un saloncito para ejercer y ser feliz, no me preocuparía retirarme de la fama».
-Hace un tiempo prometieron que la película de «Los simuladores» llegaría en 2020. ¿Avanzaron como para llegar a esa fecha?
-Si tengo que responder algo es que sería antes de 2022. Conociendo a Damián (Szifron), necesita tiempos, un año para escribirla, otra para pre-producirla. Tenemos una deuda con la gente: hay que darle un cierre. Lo repetimos hace 16 años, pero se va hacer. El pacto es que no se hace si no estamos los cinco.
-¿Cómo fue la vida después? Da la sensación de que bajaste el perfil, como si te hubieras vuelto más silencioso?
-Cuando me alejé de la tele, entrar de nuevo me costó. Para producir la serie Dromo, por ejemplo, vendí el auto, el guionista Andrés Gelos también lo vendió. Perdimos plata. América, por suerte, nos abrió las puertas para emitirla.
-¿Es adictiva la popularidad? ¿Pablo Lamponne forma parte de esos personajes malditos de los que el público jamás te podrá separar?
-Si fue un personaje maldito no me di cuenta. Si me enojara eso, sería un nabo. Es cierto que vas a promocionar otra cosa y te hablan primero de Lamponne, de Los simuladores. Pero pasaría a ser una mochila si hubiera sido algo malo. No pasa nada. Si yo no actuase más, laburaría igual, pondría un kiosco, un remís, o lo que sea. No me interesa estar todo el día con actores. Me pone más contento que digan: ‘Mirá qué buen tipo’, a que digan «qué actor». Hay muchos que juegan al humilde. Yo no. Nos conocemos todos. Te dicen: «Estoy evaluando cuatro proyectos, pero no puedo decirlo». Y es mentira.
-La gran frase de los actores: «Tengo cientos de propuestas, pero no puedo revelarlas»…
-Los cuatro proyectos simultáneos los puede tener un Ricardo (Darín), un Leo Sbaraglia, que son internacionales. Lo otro, es mentira. Pasa que me voy de boca y digo lo que otros no. Me lo dice mi familia: «Vos tenés que venderte más», me critican. Soy alguien que se rompió el c… laburando y va y te hace un corto a cambio del viático y el pancho. Yo no trabajo para los colegas, no comulgo con «la función debe continuar». Es lo más antihumano que conozco. Esa es idea que te mete el productor, que no quiere perder guita. ¿Estás loco? Es como en una fábrica, la función no debe continuar si le pasa algo a tu familia o te rompés el brazo. Me dicen: «No lo digas porque queda mal». ¿Qué me importa? Creo que en este medio me llevé a marzo la materia más importante.
-¿Cuál?
-Hacer lobby.
Teatro en Mar del Plata
Fiore protagoniza ¿Qué tenés en la cabeza?, de Beto Casella, junto a Verónica Varano y Alejo García Pintos. Dirección: Fabián Vena. En el Teatro La campana. Una comedia sobre el matrimonio y sobre los mitos alrededor de los comportamientos de hombres y mujeres, según la opinión de un neurocientífico.