“Shhhhh”. El guía turístico de la Torre Monumental pide amablemente al grupo de visita que se mantenga en silencio. En segundos nada más sonarán las cinco campanas de bronce del reloj, que se hacen escuchar cada 15 minutos. Cuatro campanadas a las y cuarto, ocho a las y media, doce a las menos cuarto y la melodía completa a la hora en punto. El sonido baja y se cuela por todos los rincones de la torre. Es como un velo que cae sobre las cabezas de los turistas y vecinos que recorren este Monumento Histórico Nacional y su mirador, abierto hace poco al público por el Ministerio de Cultura porteño. Todos permanecen expectantes. El sonido se diluye y el guía continúa contando la historia detrás de la construcción de esta torre y su reloj.
La Ciudad tiene decenas de relojes con diferente valor patrimonial. El de la Torre Monumental fue donado por la comunidad de inmigrantes ingleses radicados en el país, por eso se la conoce también como Torre de los Ingleses. Y el Área Central concentra algunos de los relojes más importantes, como el del Cabildo; el de la Casa de la Cultura, fabricado por el francés Paul Garnier; el de la Legislatura porteña, bajo la custodia del maestro Alberto Selvaggi; y el de la Casa Rosada, que fue donado por el relojero Guillermo del Valle.
También está el reloj de la Auditoría General de la Nación, frente al Palacio del Congreso, con sus dos figuras de bronce que parecen golpear una campana. Y algunos muy curiosos, como el de la Iglesia del Pilar, en Recoleta, que es esférico y está considerado el primero de la Ciudad, construido en 1740. O el que se encuentra ubicado en el Edificio Transradio, en avenida Corrientes y San Martín, que además de dar la hora muestra los signos del zodíaco, los meses y las estaciones. Tanto el reloj como el edificio fueron proyectados por el arquitecto noruego Alejandro Christophersen.
Detrás de estas máquinas hay personas encargadas de su mantenimiento y funcionamiento, de difundir sus historias, de compartir secretos y promover su recuperación.
Uno de los relojeros y horólogos mas destacados del país es don Alberto Selvaggi. Hace 28 años que tiene a cargo el cuidado del reloj de la Legislatura porteña. También se ocupa del que se encuentra en la iglesia de El Salvador, en Callao y Tucumán.
Selvaggi le contó a Agronomiaweb que su pasión arrancó a los 4 años, con el tañido de las campanas de la Torre Monumental. Recuerda haber hecho la cola, de la mano de su padre, para ingresar a verlo: “Quedé impactado por el péndulo, que mide 4 metros. Este reloj despertó mi interés por la relojería monumental. Tiempo después busqué al encargado de la torre, Humberto Galfrascoli, y nos hicimos amigos. También lo fui de su hijo, que heredó el oficio de su padre”, recuerda. Y cuenta detalles de la torre con los que busca derribar algunos mitos urbanos. Uno tiene que ver con el ascensor: Selvaggi asegura que estuvo desde el primer momento, que no fue colocado 10 años después por ningún príncipe ni conde ni nada.
El otro mito que refuta Selvaggi, es el más importante: “Si bien el reloj de la Torre Monumental es una versión más pequeña del famoso Big Ben del Parlamento Británico, no fueron fabricados por la misma empresa. El de Londres fue construido por la del relojero Frederick Rippon Dent, y el nuestro por otra empresa inglesa, Gillett & Johnston, que continúa fabricando y reparando relojes”.
Para los relojeros, Selvaggi es un faro. Simpático y amable, él se muestra dispuesto a transmitir todo lo que sabe. Javier Terenti tuvo un “Selvaggi” en su vida, y fue Carlos Caserta. Hoy Javier tiene a cargo el mecanismo del reloj de la torre y de otros 60 que son propiedad de la Ciudad. Sí, también de los Seiko solares, que son un símbolo porteño y que fueron donados por Japón en los años 70. “Ya no se fabrican, así que cuando se rompe alguna pieza tenemos que hacerla nosotros”, cuenta Terenti, que trabaja junto a otros dos compañeros -Omar Garoppo y Gonzalo Quiroga-, bajo la órbita del Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad.
Javier vive en José C. Paz y, como estudiaba y trabajaba en el centro, tomaba todos los días el ferrocarril San Martín para llegar a Retiro, mucho antes de transformarse en el relojero oficial de la torre. “Jamás pensé que podía terminar trabajando acá, con esta maravilla. Me preocupa que el oficio se pierda, y creo que a muchos relojeros les pasa lo mismo. Por eso también nos encanta mostrar y difundir lo que hacemos”, le dice a este diario.
Sin embargo, el relojero cordobés Guillermo del Valle sí logró interesar a un grupo de jóvenes, entre ellos a su hijo Alejandro (23 años), quien lo acompaña en el taller que tiene en Jesús María: “Estoy rodeado de jóvenes. Varios tienen algo más de 20 años y el tornero, 30. Es un trabajo placentero y es muy fácil apasionarse. Cuando yo arranqué, pensaba que era un oficio en extinción, pero ahora veo que genera mucho entusiasmo y creo que el concepto de ‘reloj público’ está volviendo. En este momento estamos reparando muchos relojes y también construyendo nuevos”, contó.
Por estos días, Guillermo está de viaje por el interior de la provincia de Buenos Aires, recuperando las máquinas de los relojes ubicados en las obras “monumentalistas” que construyó el arquitecto e ingeniero Francisco Salamone. “Relevamos su obra, y vimos que casi todas las máquinas que colocó en sus relojes están desaparecidas. Así que estamos fabricando nuevas. Y poco a poco vamos interesando a los municipios. En Chascomús, Laprida, Guaminí, Pellegrini, Carhué y Alberti instalamos nuevas y los relojes ya están funcionando”, cuenta.
El reloj de la Casa Rosada fue donado por la empresa de Del Valle, Gnomon. Cuando lo instalaba junto a su hijo vio que el del Cabildo no funcionaba, por lo que también donó la máquina que le devolvió la vida a ese reloj. También recuperó los relojes del CCK, el de la estación Constitución y el de Retiro.
“Hay dos conceptos respecto a los relojes: pueden ser el equipamiento de un edificio -en una iglesia, por ejemplo- o ser el todo, como el Big Ben o nuestra Torre Monumental. Y yo creo que las ciudades deben promover la puesta en funcionamiento y la revalorización de estas piezas, porque además generan un atractivo. Las ciudades con los relojes públicos detenidos son espantosas”, concluye, pasional.