“La demanda está, ahora hay que armar la oferta”, es la muletilla que Roberto Lavagna les repitió a los radicales díscolos que lo visitaron el jueves. Ricardo Alfonsín, Juan Manuel Casella y Jorge Sappia se entusiasmaron más con otras dos frases que fueron a escuchar: que el ex ministro está dispuesto a postularse a presidente y que “de ninguna manera” irá a una interna dentro del peronismo.
Son los que encabezan, junto a Federico Storani, un pelotón -por ahora minoritario en la UCR- que considera irreversibles la crisis económica y la caída en la imagen de Mauricio Macri. Es la avanzada partidaria que se abraza a la vía antigrieta que promete el economista del PJ y que sueña con colar a Alfonsín de vice.
En la vereda opuesta se abroquelan los “amarillos”. En la jerga partidaria, son los dirigentes con funciones de peso que aceptan disciplinarse al Presidente, por convicción o conveniencia. Tales los casos de los gobernadores Gerardo Morales (Jujuy) y Gustavo Valdés (Corrientes) o de los jefes parlamentarios Luis Naidenoff (Senado) y Mario Negri (Diputados). Son fuertes en distritos del Norte.
De este tronco se desprendió en los últimos meses un influyente grupo que busca renegociar el pacto con el PRO bajo condiciones más favorables al radicalismo y sin cheques en blanco. Lo integran, con matices, el jefe partidario y gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo; el ex ministro sin cartera, Ernesto Sanz; el senador Angel Rozas y el operador todoterreno Enrique Nosiglia, entre otros. Arrastran a varios candidatos provinciales que se consideran abandonados por la Rosada, como reveló un artículo de Guido Carelli.
El macrismo celebra la fragmentación de sus socios. Creen que así quedarán debilitados para rebelarse a la dedocracia que manejan desde la cúspide de Cambiemos y para insistir con los reclamos de compartir la fórmula presidencial o presentar fórmula propia en las PASO.
Con todo, los “amarillos” y los neocríticos, con el cornejismo a la cabeza, claman por estas horas por una señal del Presidente -en realidad dos, una de oxigenación económica y otra de ofrecimiento electoral- que les permita bloquear una fuga masiva si el ex ministro de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner por fin se lanza.
En público, ponen como fecha tope para recibir esos gestos la cita de la Convención Nacional, el organismo que preside el rebelde Sappia y que debería ratificar o no la adhesión a Cambiemos. En la intimidad, Cornejo le confesó a Rafael Pascual, delegado porteño en la mesa chica del Comité Nacional, que “no hay clima” para la convocatoria. Es por lo imprevisible del resultado, ante la acumulación de facturas que las bases partidarias le pasan al Gobierno.
Otros sospechan que los interesados en mantenerse dentro de Cambiemos impedirían el llamado a la Convención y buscarían renovar el mandato aliancista que se votó en La Plata para las legislativas del 2017. Los maliciosos sostienen que Cornejo explora esa idea para dar libertad de acción: los que gobiernan tendrían la chapa radical para seguir en Cambiemos y el resto encontraría legitimidad para irse con una excusa válida.
El ala lavagnista, en tanto, avanza con un esquema rupturista al que busca sumar a Martín Lousteau. El diputado de Evolución ya se vio dos veces con Lavagna –una solo y otra con el ex jefe de Gabinete, Chrystian Colombo– y analiza la oferta de ir por la Jefatura de Gobierno para llegar otra vez a un balotaje con Horacio Rodríguez Larreta. Lavagna se ve con más radicales de lo que se sabe.