Promovemos una relación saludable con el cuerpo, la comida y el entorno digital, con encuentros para primaria y secundaria en escuelas estatales y privadas
Por qué estos talleres y por qué ahora
En las aulas de la Ciudad, cada vez más escuelas piden herramientas para hablar de imagen corporal y comida sin miedo. Por eso el Ministerio de Educación puso en marcha una serie de talleres que buscan prevenir Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) con un enfoque simple, humano y cercano.
La propuesta llega a 6.° y 7.° grado de primaria y de 1.° a 5.° año de secundaria, tanto en escuelas estatales como privadas, y se apoya en una idea que parece obvia pero a veces se olvida: nadie aprende si se siente mal consigo mismo.
Los TCA no son una moda ni un tema de vanidad; son problemas de salud complejos que necesitan prevención temprana. En la escuela, donde conviven cambios corporales, redes sociales y comentarios cruzados, vale doble trabajar con cuidado y respeto.
Cómo son los encuentros y qué se trabaja
Los talleres están a cargo de nutricionistas de la Dirección General de Servicios a las Escuelas, con dinámicas participativas y lenguaje claro para bajar a tierra conceptos difíciles. No hay clase magistral: hay preguntas, juegos, afiches y un ida y vuelta sincero.
Se habla de hábitos cotidianos sin rigidez: descanso, hidratación, comidas compartidas y movimiento como disfrute, para correrse de la obsesión por el “cuerpo ideal” y volver a habitar el propio cuerpo con amabilidad.
Otra pata clave es la comensalidad: comer con otros, registrar señales de hambre y saciedad, escuchar al cuerpo y entender que cada familia organiza su mesa como puede, sin culpas ni recetas mágicas.
En el camino se desmontan mitos: no hay alimentos “buenos” o “malos” de forma absoluta; lo que importa es el contexto, la frecuencia y la relación que vamos construyendo con la comida y con nosotros mismos.
“La prevención empieza cuando bajamos el volumen a las dietas extremas y subimos el de la autoestima, el disfrute y los vínculos sanos en la mesa y en el aula”.
Dos versiones según la edad
Para primaria alta y primer año, los contenidos se enfocan en los cambios de la pubertad, poniendo nombre a lo que pasa con el cuerpo, las emociones y la mirada del resto, sin burlas ni vergüenza.
En la secundaria, el foco se corre a autoestima, presión estética y pensamiento crítico frente a modelos de belleza que circulan por redes, TV y publicidades. Se conversa sobre filtros, poses y comparaciones que lastiman.
En todos los casos se entrega material a los docentes para continuar el trabajo en clase, con propuestas sencillas que ayudan a sostener la prevención: debates cortos, lecturas, afiches, pequeñas encuestas y acuerdos de convivencia.
Redes sociales: entre la comparación y el cuidado
Las redes no son el enemigo, pero pueden complicarla. Los talleres invitan a mirar el feed con lupa: qué nos hace bien, qué nos hace ruido, a quién seguimos y por qué, y cómo frenar cuando algo nos pega mal.
Se trabaja la idea de “entorno digital saludable”: bloquear cuentas que hieren, denunciar contenidos de odio, limitar pantallas cuando toca descansar y, sobre todo, dejar de comparar cuerpos como si fueran objetos.
También se conversa sobre los filtros y la edición de fotos, porque entender cómo se fabrican esas imágenes reduce la presión de “ser igual” a una foto que ni siquiera es real.
Qué no hacemos: prevención sin morbo
Desde una mirada preventiva, se evita usar imágenes chocantes o describir síntomas de forma explícita. La experiencia muestra que eso no ayuda a prevenir; en cambio, puede gatillar ansiedad o reforzar conductas de riesgo.
En su lugar, se ofrecen mensajes de cuidado, empatía y límites sanos, cuidando el lenguaje para que nadie se sienta señalado ni etiquetado por su talle, su cuerpo o su forma de comer.
Docentes y escuela: el rol del día a día
Para los equipos docentes hay una guía breve con claves prácticas: cómo intervenir ante comentarios hirientes, cómo armar acuerdos de aula, y cómo pedir apoyo externo cuando el tema supera lo escolar.
Se sugiere revisar consignas y evaluaciones que puedan centrarlo todo en el peso o en la apariencia. La meta es que cada estudiante encuentre un lugar de pertenencia sin sentir que su cuerpo es un problema a resolver.
También se promueve el trabajo en red con gabinetes, EOE y referentes de salud, para que la escuela no quede sola. Si hay señales de alarma, se activa un circuito de derivación y seguimiento con familias informadas.
Familias: aliados clave
Con las familias se comparte un decálogo simple: escuchar sin juzgar, no comentar cuerpos, priorizar comidas compartidas cuando se pueda, y pedir ayuda profesional si algo preocupa de verdad.
Se invita a evitar frases como “te ves más flaco” o “esa comida engorda”, porque refuerzan la idea de valor atada a la apariencia. En su lugar, se propone hablar de cómo nos sentimos, qué disfrutamos y qué límites necesitamos.
Otra recomendación es no imponer dietas a niños o adolescentes sin indicación profesional. La prevención no va por controlar el plato ajeno, sino por construir confianza y hábitos posibles en cada casa.
Señales que invitan a conversar
Sin listar síntomas, se mencionan cambios que ameritan abrir una charla: aislamiento social repentino, angustia frecuente alrededor de la comida, rechazo persistente a actividades que antes gustaban o una autocrítica que duele escucharse.
Ante dudas, el mensaje es uno solo: pedir ayuda a tiempo. La escuela acompaña, orienta y deriva; el tratamiento, si corresponde, lo llevan equipos de salud que trabajan con familia y estudiante en conjunto.
Cómo pedir los talleres y qué pasa después
Las escuelas interesadas coordinan fechas con la Dirección General de Servicios a las Escuelas. Cada encuentro se adapta a la edad y al clima del curso, con actividades pensadas para 40 a 80 minutos.
Después del taller, queda material para seguir: propuestas breves para tutorías, ideas para EF y orientación para bibliografía accesible. La prevención no es un día: es un proceso que se riega clase a clase.
Mitos que tiramos abajo
“Hablar de TCA mete ideas”: falso. Lo que hace daño es el silencio o la información mal dada; hablar bien, con cuidado y sin morbo, previene y desarma estereotipos.
“Todo es culpa de las redes”: no es tan lineal. Las redes pueden presionar, sí, pero también sirven para encontrar referentes positivos, pedir ayuda y aprender a mirar con criterio.
“La solución es hacer dieta”: en adolescencias no va por ahí. Forzar dietas sin indicación puede empeorar el vínculo con la comida; lo central es el bienestar integral y la escucha profesional.
Una cultura escolar que cuida
Más que un proyecto aislado, estos talleres apuntan a instalar una cultura de respeto en la escuela, donde los cuerpos no se comentan, las comparaciones pierden fuerza y la diversidad encuentra lugar.
Si algo queda al terminar, que sea esto: el cuerpo no es un examen y la comida no es un castigo. Es posible aprender, disfrutar y crecer sin que la balanza marque la medida de nuestra valía.