Los fármacos son la primera opción en el tratamiento de la epilepsia y son eficaces para reducir o eliminar las crisis en 7 de cada 10 personas con la enfermedad, uno de los trastornos neurológicos más comunes. Aproximadamente la mitad de quienes no responden a los medicamentos pueden beneficiarse de la cirugía, procedimiento que en el país realizan equipos altamente especializados en hospitales públicos y centros privados y que ofrece tasas de curación de hasta el 80%.
“El paciente responde o no responde a los fármacos. Eso está bien establecido. Tenemos protocolos a seguir. Si no responde y es candidato a cirugía, no hay que demorarlo”, afirma Silvia Kochen, directora de la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencias y Sistemas Complejos (Enys, dependiente del Conicet, el Hospital El Cruce y la Universidad Arturo Jauretche) y del Centro de Epilepsia que funciona en el Hospital Ramos Mejía, un sitio de referencia y derivación de todo el país, en particular de casos en los que resulta difícil establecer el diagnóstico o que presentan formas refractarias al tratamiento.
“Muchas veces vemos pacientes a los que los están siguiendo hace 10 años, que tienen todas las indicaciones clarísimas de cirugía de epilepsia y no los derivan a centros de cirugía y los siguen tratando”, señala Kochen, para quien es importante que los profesionales de la salud, particularmente aquellos que se dedican a ver pacientes con formas refractarias, tomen conciencia de que existe esta opción de tratamiento, que en Argentina empezó a practicarse en los ’90.
“El 70% de los pacientes con epilepsia anda muy bien con el tratamiento farmacológico. Hay un 30% que no responde y vive muy mal, de ese grupo, más o menos la mitad son candidatos a cirugía de la epilepsia; lo cual hace suponer que entre 150.000 y 200.000 pueden serlo”, estima la neuróloga e investigadora, que fue una de las impulsoras de la Ley de Epilepsia, sancionada en 2001.
Una vez que se establece que la persona no responde al tratamiento se la somete a estudios (videoelectroencefalografía y resonancia magnética, entre otros) que permiten identificar el sitio preciso del cerebro en la que se origina la epilepsia. Esa es la condición imprescindible para determinar si el paciente es candidato a cirugía. Si el área en la que comienza la crisis no es una zona elocuente -que compromete funciones motoras o del lenguaje- se la extrae a través del procedimiento quirúrgico.
Desde Fleni -uno de los establecimientos privados referente en este tipo de cirugías-destacan que la importante evolución de la neuroimagen en las últimas décadas amplía el número de candidatos al tratamiento, con un porcentaje alto de buenos resultados, que van desde pacientes que pueden abandonar la medicación, hasta quienes con un adecuado tratamiento farmacológico dejan de padecer las crisis convulsivas características de la enfermedad.
“En los pacientes que van a cirugía, si la epilepsia se localiza en el lóbulo temporal -que es lo más frecuente-, se cura alrededor del 80%. Es decir, no tienen más crisis. Cuando la zona en la que empieza la epilepsia no está justo en el lóbulo temporal, el porcentaje baja a alrededor de 60-70%”, precisa Kochen.
“Los pacientes en el 99,9% de los casos están muy felices con la alternativa. La calidad de vida se ve muy afectada cuando un paciente tiene crisis todos los días”, sostiene la referente que dirige al equipo de 20 profesionales que trabaja en el hospital Ramos Mejía (CABA), donde se realizan entre una y dos cirugías por mes, y en el El Cruce (Florencio Varela) en el que se operan dos pacientes por semana. En ese último establecimiento, incluso, disponen de la tecnología para realizar registros intracerebrales -con la colocación de electrodos- que se utilizan en los casos en los que el diagnóstico requiere estudios de mayor complejidad. Los pacientes pediátricos son atendidos por el equipo del Hospital Garrahan.
Está comprobado que una epilepsia mal controlada es más nociva para el paciente que los riesgos potenciales de la operación.
La especialista reconoce, no obstante, que tanto desde el sector público como obras sociales y empresas de medicina prepaga se muestran “reticentes” a la hora de cubrir esta práctica, porque hacen hincapié en su costo, especialmente de la instancia de diagnóstico, que requiere del trabajo de un equipo interdisciplinario y especializado conformado por neurocirujanos, neurorradiólogos, psiquiatras, epileptólogos, anestesistas y técnicos altamente preparados para el abordaje de estos casos.
Pese a eso, destaca que se trata de una estrategia costo-efectiva. “Cuando se analiza una población que tenía epilepsia refractaria, candidata a cirugía, y que se operó, contra una población que no se operó, los costos bajan muchísimo, porque el paciente que se opera, en un elevadísimo porcentaje se cura, no tiene más crisis. Es gente que se incorpora al mercado laboral, que reduce la cantidad de medicaciones que toma y disminuye la cantidad de ingresos hospitalarios e internaciones, además del obvio impacto en la calidad de vida. La parte diagnóstica es costosa, pero se amortiza con los beneficios que tiene”, concluye.